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<p>Vivimos un nuevo episodio la telenovela arancelaria, llena de veladas amenazas y donde la credibilidad es lo de menos. La impostación de los actores se asume con naturalidad. Es un juego de la gallina desgastado por tanto farol en cada jugada. Los aranceles no son una herramienta de política industrial. No en este siglo. Son un impuesto emocional: una forma de gravar el miedo, proyectarlo hacia fuera y venderlo como protección. No obstante, un día cualquiera, en una tienda cualquiera, un consumidor paga unos euros de más por un electrodoméstico ensamblado lejos. No lo sabe, pero está financiando una campaña electoral al otro lado del Atlántico.</p>